Dragones y galaxias

Hace rato que se ha quedado solo en casa y el silencio, tan suyo, lo acuna llenando su habitación de sonidos amables. Escucha la mitad de su mundo que es de color negro, esa que añora a la otra parte, la que es de cristal. Y vienen hasta él cuentos fabulosos donde los reyes y las princesas alternan con caballeros y dragones, historias que suceden dentro de varios siglos, naves y fundaciones, galaxias lejanas, estrellas. Se sumerge en párrafos demasiado grandes para su edad y se ajusta las gafas para apurar una página más. Sueña con escribir algún día libros que la gente lea y que sienta lo mismo que siente él ahora, al comenzar un nuevo capítulo de una aventura que nunca acaba. Aún recuerda cuando ella le leía hasta que se quedaba dormido, rendido por las emociones de un día que siempre tenía algo que estrenar. Le debe la pasión por las cubiertas y los marcapáginas, por las noches en las que apura la luz de la lámpara que derrama templada su luz sobre el papel. Pronto llegarán las princesas de carne y hueso, los dragones de las preocupaciones, las galaxias de los sueños inalcanzables. Pero no perderá la capacidad de imaginar, de dejarse caer sin red en las fauces de contadores de historias que lo atrapen de nuevo cada noche. Y soñará con leerle a un niño, que no ve con su ojo derecho y lo mecerá con su voz hasta que en la habitación sólo quede un susurro y alguien que duerma con una sonrisa pintada en su rostro de algodón.

Deja un comentario