Invisibles

Y cuando, aire y brea, llegó la noche, tú y yo nos hicimos invisibles. De la calle llegó el rumor de alguien que paseaba, esperando sobre las aceras húmedas. Y nosotros penetramos el silencio pupila sobre pupila, y nuestras pieles hacían de nosotros un único verso. Los párpados de la gente se hicieron cemento a nuestros besos, detrás para siempre de murallas que nos ignoran, que nos elevan, que nos acercan. Invisibles a palabras de prosa espesa y a mañanas de autobuses tan rojos como tus labios. A las seis o las siete llegó de alguna parte una canción británica y tú sonreíste, como una nota más del estribillo que nos desnudaba. Y yo abrí los ojos y miré hacia mi izquierda, deslumbrado por un sol que ronroneaba, y volví a leer en la pantalla de mi móvil el mensaje en el que no podías evitar mis besos. No quise volver a cerrar los párpados y nos imaginé paseando este viernes de nuevo por calles que no conocíamos, de nuevo solos, invisibles.

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