A mi padre

Hoy que el cielo te llora, las nubes del otoño decidieron descargar sobre la tierra, te escribo empapado en tu recuerdo, huérfano de tu compañía. Salpican las gotas que parece que traen palabras tuyas, aquellas que me repetías para que a fuerza de escucharlas acabara comprendiéndolas, con la paciencia de un padre que quiere que su hijo aprenda bien la lección. Y con ellas llegó tu honestidad, tu entereza, tu madurez y yo presto ahora más atención que nunca y parece que estás a mi lado, enseñándome con tus acciones. Enseñándome el camino que sin duda he de seguir. Qué lejanos quedan aquellos días en que cabalgaba yo sobre tus hombros, ¿recuerdas? cuando mis pies de niño estaban ya cansados. Dónde quedan aquellas tardes en las que yo estaba deseando subir a la colina de la ermita para seguir escalando contigo hasta la cumbre. Quién diría que luego te faltaría el aliento para hacer las labores más cotidianas, perdida tu independencia pero nunca tu dignidad. A solas te lloro, papá, siento como si me hubieran amputado una mano y siento que me falta una parte de mí que se ha marchado contigo. Trato de llenar los días con horas y las horas con minutos de consuelo y me alcanza tu recuerdo, «estoy orgulloso de ti» me dijiste en tus últimas palabras consciente, esas mismas palabras que ahora me provocan la sonrisa y el llanto a partes iguales. Te quedaron tantas cosas por vivir, tantas por hacer, pero fuiste feliz y en tu sensatez supiste vivir con tu enfermedad sin hacernos cargar con ella en ningún momento. Te fuiste cuando se agotaron tus pulmones y tu corazón, cuando te faltó el aliento para seguir con nosotros, tranquilo y en paz con el mundo. Jamás le hiciste daño a nadie a conciencia y nos enseñaste que hay que ser fuertes y constantes para lograr algo en la vida. Pero no puedo evitar llorarte, papá, hoy no estarás nunca más al otro lado del teléfono, en tu silla de casa, en tu sitio en el parque. Hoy que el cielo te llora quiero dejar estas palabras escritas con la tinta de mis lágrimas. Siempre estarás con nosotros de un modo u otro, déjame sentir tu abrazo cuando la vida, por azar, se me tuerza. Déjame recordar una y otra vez tus lecciones de vida que nos dabas como un pájaro que empuja a la cría a salir del nido, con dulzura y decisión. Déjame que te de un beso en la mejilla y que sienta tus párpados cerrados descansando para siempre. No aprendí a despedirme de ti, de modo que aquí te dejo este párrafo abierto, con la tristeza de los años que no pudiste vivir. Te quiero y puedo decir orgulloso que tuve el valor de decírtelo en vida. Hasta siempre, papá, esperaré con serenidad el día en que podamos compartir de nuevo una conversación de las nuestras. Hasta siempre.