Azahar

De tus labios resbala el dulce secreto, te haces pequeña a mi lado y yo te envuelvo con mis brazos. Yo te llevaré a campos repletos de azahar impacientes por derramar su aroma, surcados por la brisa. Dejaré que la primavera entre en la casa tan sólo para ti, que te sorprenda desnuda atrapada entre mis sábanas, que te acerque a mis susurros de madrugada. Dormiré a tu lado porque apenas te mueves y la cama aparece virgen por la mañana, esperando el olor del café recién hecho. Compartiremos el desayuno mientras tú alargas unos minutos la mañana, llenando la habitación con tu risa de niña pequeña, abierta, inocente. Te traeré el sol de media mañana, ese que apenas calienta tu piel, y lo esparciré por todo tu cuerpo. Te contaré historias que te harán buscar las palabras que no pronuncio, te haré princesa de mis días y amante de mis noches. Y más tarde buscarás en los libros aquello que yo dejo escrito tan sólo para ti, para que sacies la curiosidad que se esconde tras tus ojos vivos, de pestañas imposibles. Déjame que me sumerja en alguno de tus sueños, que esconda para ti un beso en los labios, que me pierda entre tus calles al amparo de la noche. Deja que te acaricie hasta que memorice cada uno de tus rincones y así, en la más infinita calma, detendré el reloj que suena en la cocina para hacer algo míos los momentos que huelen a tu perfume, azahar.

Sol de marzo

El tren se empeñó en unir dos mundos diferentes, el mar y la meseta, la arena y la tierra húmeda. Tras las puertas automáticas de la enorme estación estaba ella, tardamos unos segundos en reconocernos y poner rostro a la voz del otro lado del teléfono. Una sonrisa que siempre irá unida al día caprichoso de marzo que salió soleado. Aún conservo restos de su perfume en la memoria y me esfuerzo en hacer de su aroma un recuerdo que la traiga a mí en los días de nostalgia. Los silencios de carne y hueso tienen el encanto de su preciosa compañía. La ciudad se detenía por momentos y nos hacía cruzar alguna calle sobre las alfombras de los pasos de cebra. Improvisados puestos de libros viejos, un jardín botánico confundido, la marea de gente que se dirige a alguna parte, el ruido del tráfico. Madrid se hizo pequeño para albergarnos entre sus jardines y dejó que las confidencias resbalaran de un oído a otro y que, de vez en cuando, nuestras miradas se cruzaran en medio del césped. Los lagos y los árboles, testigos sonrientes de sus palabras, una foto que salió mal pero que nos une de alguna forma. Me traje para el Mediterráneo el sabor dulce de su risa, el encanto de pasear a su lado, la melancolía de reconocer el cielo y la tierra que son nuestras vidas. Allí quedó la hierba del Retiro bajo el sol de marzo y algo que recordar por si la vida, caprichosa, se empeñara en hacer de nuestras historias una sola. Mientras tanto, alguien se encargará de devolverme a la realidad que lucha con mi facilidad para cogerme de su mano y pasear a su lado. Y la ciudad, convertida en las páginas de un libro, podrá contar aquello que aún no está escrito bajo el sol de marzo.