Escritora

Apenas sabes montar en bicicleta y, sin embargo, ya has montado en globo. Desde ahí arriba todo aparece diminuto y nuestras cabezas son tan sólo guisantes de un mundo que se derrite a tus pies. Fuiste muy al norte, allá donde todo es frío, y el calor de tus poemas chocó más de una vez con los muros cuadriculados y gélidos de aquellas gentes. Viviste lejos de todo y ahora, que puedes alcanzar las cosas tan sólo con alargar la mano, todo te parece algo complicado, es normal, debes ver las cosas desde lo alto, desde ese globo que te permite verlo todo diferente. Tu piel sigue siendo pálida, tu voz suena a veces como una niña, con palabras grandes que tan sólo tú sabes recoger en aquello que escribes, que dices. Eres tan grande que apenas cabes en la página de un libro, aunque pienses que todo tiene un final sin sueños. No me canso de leerte, de escucharte, de sentirte, de ver lo dulce que es la vida a tu lado, ojalá quisieras hacerme un sitio entre dos de tus renglones. Ahora desde lo alto contempla tu casa, tu familia, tu pueblo, son tan pequeños que puedes apresarlos en un abrazo, hacerlos tuyos para siempre, ellos no se moverán de donde están, te esperarán siempre pacientes. Déjame cogerte la mano y acariciar las yemas de tus dedos, esas que hacen magia con las palabras. Déjame perderme entre tus cabellos como versos llenos de pasión. Comparte conmigo esa parcela de ti que sólo a mi me pertenece y yo tan sólo podré agradecerte el abrirme las puertas de tu maravilloso y único mundo. Escritora.

La distancia entre dos frases

Las nubes se incendian al caer la tarde y hasta mí llegan los restos de una melodía que me encuentra sin que yo la busque. Paseo por una ciudad que engulle vidas sin prestar atención a los desayunos que han quedado a medio terminar esta misma mañana. La busco en cada rincón, en cada esquina, en los reflejos cálidos de los escaparates. Espero encontrarla y su sonrisa, como una canción que no sale de mi cabeza, me persigue cada vez que mis párpados se cierran.Escribo una nota y se la entrego a un mensajero invisible, en ella las ocho letras de su nombre. No le digas que fui yo. El tiempo se detiene en la infinita distancia que hay entre cada una de sus frases, que deja caer con naturalidad mientras yo me dejo encontrar escondido en un lugar que tan sólo ella conoce. Añoro oír su dulzura, acariciar unos cabellos rebeldes que se deslizan entre versos, ser yo quien la despierte con un susurro entre sábanas arrugadas. Camino sin camino por aceras pobladas de gente que me recuerdan que es ella la que ha derramado la taza de los instantes que esconden una tierna complicidad, apenas nacida de nuestras tímidas conversaciones. Quisiera tender una escalera que nos llevara hasta aquellos lugares que se deslizan imposibles por la ventana de mi casa, poder cogerle la mano sin miedo a quemarme. Mientras tanto, la seguiré dibujando entre renglones de un cuaderno que creía olvidado, la soñaré con los labios, me parecerá verla en los reflejos amortiguados de la tarde. Y un abrazo se derretirá en alguna parte, soñado por alguien, seré yo quien susurre su nombre esta noche justo antes de quedarme dormido.

Dragones y galaxias

Hace rato que se ha quedado solo en casa y el silencio, tan suyo, lo acuna llenando su habitación de sonidos amables. Escucha la mitad de su mundo que es de color negro, esa que añora a la otra parte, la que es de cristal. Y vienen hasta él cuentos fabulosos donde los reyes y las princesas alternan con caballeros y dragones, historias que suceden dentro de varios siglos, naves y fundaciones, galaxias lejanas, estrellas. Se sumerge en párrafos demasiado grandes para su edad y se ajusta las gafas para apurar una página más. Sueña con escribir algún día libros que la gente lea y que sienta lo mismo que siente él ahora, al comenzar un nuevo capítulo de una aventura que nunca acaba. Aún recuerda cuando ella le leía hasta que se quedaba dormido, rendido por las emociones de un día que siempre tenía algo que estrenar. Le debe la pasión por las cubiertas y los marcapáginas, por las noches en las que apura la luz de la lámpara que derrama templada su luz sobre el papel. Pronto llegarán las princesas de carne y hueso, los dragones de las preocupaciones, las galaxias de los sueños inalcanzables. Pero no perderá la capacidad de imaginar, de dejarse caer sin red en las fauces de contadores de historias que lo atrapen de nuevo cada noche. Y soñará con leerle a un niño, que no ve con su ojo derecho y lo mecerá con su voz hasta que en la habitación sólo quede un susurro y alguien que duerma con una sonrisa pintada en su rostro de algodón.

Tan cerca

Piano a cuatro manos, apenas una caricia que se queda en el silencio de aquello que no es más que ilusión, en clave de sol. Polos de imanes enfrentados, voces que no pueden decir aquello que las separa. Ambos lados del mismo camino, esa cercanía que aleja, aquella de las cosas que se encuentran a destiempo en el Universo. Hoja de papel doblada por la mitad, lados que no se encuentran, y en cada uno de ellos escrita una declaración de amor que los convierte en niños de nuevo. Nubes que rozan las cumbres que asoman por una ventana entreabierta, tratamos de apresarlas y entre los dedos solo nos queda la ilusión del algodón que hemos visto en tantas ilustraciones infantiles. Pinceladas de un dibujo que acabará en la papelera, el reflejo de una mirada que traza líneas de tiza en la pizarra. Renglones de una historia que no tendrá final, porque no encuentra un principio, paralelos en el papel de un libro que nadie se atreve a abrir. Olas de mar que lamen eternamente la orilla, y un paseo imposible que les moja los pies, es invierno. Tan cerca que los bordes se diluyen y apenas pueden intuirse en la niebla de unos párpados que se abren, cansados de soñar. Tan cerca, que ya no se distingue el contorno de sus siluetas. Tan cerca que apenas podrán ver la sombra del otro.