Cena para dos

Se inclinó y le besó en la frente. Él le devolvió una mirada sumergida en algún tipo de líquido que hacía de sus ojos dos estanques vacíos. El plato se enfriaba en la mesa y ella, aún así, sopló con dulzura sobre la cuchara. Como había visto hacer tantas veces a aquella mujer. Sus faldas colgaban ahora de un armario que ya nadie abría. Y sus gafas de cerca morían a oscuras en el cajón de la mesita. Él abrió la boca sumiso, mirando la televisión apagada que les devolvía su reflejo. Catalina se alisó la falda en la que había colocado un paño para no mancharse con la sopa que no acabara en su boca. De la radio venían canciones nuevas que los separaban un poco más. Hoy sólo había pronunciado ecos inconexos de conversaciones que quizás recordaba. Ningún nombre. Con un gesto de la mano le indicó que no quería más sopa. Una más, insistió la mujer con decisión. Siempre hay que tomar una última cucharada, le dijo. Y él accedió con los ojos cerrados. Le limpió con la servilleta y se miraron, ella se obligó a sonreír. El hombre, en un esfuerzo que le contrajo el rostro, llevó su mano hasta la mejilla de ella. Gracias, Catalina, se pudo oír en el comedor mientras la radio sonaba ajena a todo.

El viento

El viento, color tierra, entró por la ventana y arrasó con nuestro pasado. Rastrero, abrió los cajones de casa y se llevó los aniversarios, las fotos, los primeros besos. El viento. Dejó la casa en ruinas, se cebó con el perfume que aún quedaba de ti en nuestra habitación, entró y se fue. Y alguna de las puertas quedaron descolgadas de sus marcos y ya no eran felices viéndonos pasar de un lado a otro y ya no contaban historias hermosas y tú, que no quisiste volver a recoger tus cosas, te convertiste en un punto en el horizonte, más allá de las aceras de la calle con nombre de general. El viento. Me dejó desnudo de ti. De mi boca sólo sale un lamento que se ha ido convirtiendo en un susurro con el peso de los días. En un silencio de casa desordenada, melancólica, vacía de tu ropa. Entró en casa y te llevó con él, para siempre, y no quiso descansar más en mis pulmones y arrancó mis lágrimas. Arrasó con nuestro pasado, entró por la ventana, color tierra, el viento.

Suicidio de puntos y aparte

Siente el alma pegada ante el cuaderno escrito. Los puntos y aparte se suicidan al final de las páginas, un perfume dulzón lo envuelve todo. Caminos que han olvidado sus pasos y que le hacen sentir de nuevo ciego. Una sonrisa breve se hace escarcha debajo de sus ojos, quizás vuelva a alcanzar el cielo de septiembre con la yema de los dedos. Caminos que llenan de polvo sus versos, trazos de felicidad que pensaba olvidados, girasoles eternos que se reflejan en la luna. La memoria le clava espinas en la espalda, pero ya no atraviesan el cristal de sus gafas. Bebe a Lorca, acaricia Andalucía, se vuelve grito bajo el mar. Y se derrama en caminos que llevan a las personas y habla y crece y sigue vivo. A pesar de todo, sigue vivo. Piedra y luna, arena y espuma, cristal y tinta. Esta noche dormirá cobijado por su poesía, aquella que ha cobrado vida tras sus versos, la que ha convertido en reflejo el amor, la pena, la muerte. Y lo besa en los labios, labios de poeta, y lo sueña en atardeceres nuevos, que le devuelven sin masticar alguno de sus días. Un suicidio de puntos y aparte, escarcha, caminos.