Alas

Qué le voy a hacer si nací con alas. Que me gusta frecuentar a aquellos que andan siempre volando entre páginas, con las yemas impregnadas de tinta. Y gafas de lejos y gafas de cerca. Que me dejen dormir y escribir mis propios sueños, acercarme a meros charcos y sacar de ellos gotas de agua caída. Vivir con lo justo, necesitar cada vez menos y de eso necesitar también muy poco. Qué le voy a hacer si un día me parieron y dejé, distraído, que la gente se me acercara. Que ande buscando entre la hierba, que me enamore cada día y que olvide los nombres. Qué si ando esperando la música de tu voz, el tacto en mi imaginación de tu piel, que los años sean días y los días horas, a ti que también naciste con alas.

Me dijeron que

Llegaron a mi oído y me dijeron que. Las dudas, la inseguridad, el vacío. Llenado por algunos interrogantes, con algunas cenas rápidas, con algunos. Era un teléfono que no sonaba, un mensaje que no llegaba, un correo deseado. Y ellos atronando la casa con voces que. Al llegar han arrasado mi castillo y me despierto de madrugada y. Que nadie me entienda, por favor, que nadie se sienta aludido. Todo es silencio o un acúfeno persistente de villancico machacón. Vinieron a ilusionarme y no sé si se marcharon, no sé si. Y mi gato duerme ajeno a todo. Llegaron. Llegaron y me dijeron que.

La página 156

Cayó de un libro, despacio. Se posó sin prisa en la mesa. Estábamos en casa de mi hermanastro. Era diciembre y habíamos comido demasiado. Él preparaba café en la cocina. Un cigarro en la mano. Yo husmeaba en la estantería de los libros. Sus padres, nuestros padres, habían muerto. A él los problemas de sobrepeso no le habían impedido seguir fumando. Yo temía que se fuera pronto. Blanco y negro, saturada, algo golpeada por el tiempo. Medio doblada y rota por dos de sus esquinas. Nos criamos con Brooks, su padre. No conocí a mi madrastra, no conocí a mis padres. Todos murieron o se marcharon con prisa. Todos decidieron que bregara con la soledad. Miré la foto desde la que unos ojos rasgados me miraban inquisidores, abrazándome. Hipnotizado, medio entero, medio partido. Esa mujer. Algo antiguo merodeó por el comedor de Julien. Mecánicamente le di la vuelta a la fotografía. Tuya: Lyon, 3 de enero de 1.968. Julien dijo algo en francés desde la cocina. Yo introduje nervioso de nuevo la imagen en el libro que ardía ya entre mis manos: Madame Bovary, Gustave Flaubert, página 156. Lo volví a dejar en la estantería. Tenía las llaves de la casa de Julien. Volvería al cabo de una semana, aprovechando un viaje de mi hermanastro.

Corazones extraños

En aquel cine vacío los corazones extraños, algunos ya en el otro lado, se hablaban. Palpitando en la oscuridad alumbrados por una escena en blanco y negro de Fonda. Una mujer acunaba a un niño y otra ya no tenía edad para tener hijos. Un acomodador miraba impotente su linterna sin pilas y, a su lado, Federico trataba de decirle algo que rimaba con sus nombres. Unos adolescentes jugaban con los escotes y tiraban cáscaras de pipas desde el anfiteatro. Te encontré en la quinta fila, bien centrada, hipnotizada por la voz impostada y musical de algún mexicano. Doce hombres me hallaron inocente de quererte en mis pupilas y en la puerta, ajeno a todo, alguno de mis versos esperaba vernos salir juntos.