La página ciento treinta

Mis ojos, como bocas, devoraron las escasas cuatro líneas que colgaban inertes de la puerta de la nevera. Traté de encontrarte en el cajón de tu ropa interior, de eso hace ya cinco días y medio y algunas horas. Se hizo de noche y la casa, helada, te busca. Sigues paralizada en la página ciento treinta: «¡Qué sitio más silencioso!». Esta mañana empecé el libro que dejaste a medias sobre la mesa del comedor, por tratar de entender algo. Tropecé con alguna coma, resbalé en un punto y aparte, me precipité al final de una historia. Apenas me muevo en la cama, por ver si así tu olor se hace eterno entre las sábanas, pero temo con cada noche que pasa que te vas a convertir en otro fantasma. Aún me duelen los arañazos de ella, ahora son los tuyos. No me dio tiempo a cicatrizar los versos que aún sangran bajo mi almohada. Creo que perderé la razón si no recibo noticias tuyas, salitre para mis heridas. El dormitorio es un desierto, la cama es de arena y no veo tu reflejo en el espejo del baño. Anoche creí oír tu risa en mi oído, pero estoy solo. Quizás mañana reúna valor y deje de buscarte en mi pasado. Deja que hoy me hunda en el océano en que se ha convertido tu ausencia.