El bosque

Las enredaderas, como signos de interrogación del que no comprende, trepan por la superficie rugosa de los troncos de los sauces. Hay un manto de hojas que poseen los colores de la incertidumbre en invierno. El suelo, húmedo, no devuelve las respuestas que estoy esperando y camino solo por senderos devorados por matorrales y gravilla. Hay rastros fluorescentes de caracoles que, engañados por las insignificantes lluvias de la ilusión, señalan las salidas más certeras de este bosque. Del que es imposible ya escapar. El sol, la luz, la tibia impresión de un abrazo que no se volverá a pronunciar jamás, escasea esta tarde ya. Y las horas tempranas de la noche comienzan a arañar mi reloj (el tiempo se derrama por las laderas de este lugar habitado por tu ausencia).

Atrás queda la esperanza de mi reflejo en las aguas cristalinas del arroyo de tus miradas. Ahora tan solo quedan de ti jirones de frases que albergaban buenas intenciones y trazos de barro que me llevaron a la profundidad de estos lugares. Lugares de soledad y frío donde las lechuzas habitan las alturas de las expectativas. Y el suelo terroso apenas puede esconder las lombrices de las palabras que rasgaron despedidas a través de los cristales templados de aquella noche. Te prometí volver y no lo hice, me perdí. Te dije que traería bajo el brazo páginas de amistad profunda y tan solo pude devolverte deseo y decepción.

Vagaré perdido por el bosque de lo nuestro y, mientras tanto, la luz de talco de la luna traerá a mis noches tus hermosos desastres, el tiempo que no fue, el millón de promesas convertido en el alba de algo que quiso, pero no pudo ser.

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