Ocho vueltas al sol

Aprendí lentamente a traducir el idioma de tus besos y recuerdo como si fuera ahora mismo el momento en que te desnudé por primera vez. Me recreo, de manera lenta, en los lunares que oculta tu ropa, como puntos cardinales que nos hacen cómplices vespertinos. Como presos el uno del otro, trazamos órbitas con nuestras lenguas, dibujamos rastros, exploramos pliegues y valles. Debajo del ombligo, en la comisura de los labios o en esa porción de pubis que apenas nadie ha recorrido y las paredes de casa son testigos de cada una de nuestras caricias.

En mi mente siglos entre un encuentro y otro. Ocho vueltas al sol para volver a coincidir boca con boca. O recorrer ese camino de vértebras sin prisa, acechando el placer con palabras que nos hacen temblar. Hay algo de poesía y algo salvaje en tu manera de moverte sobre mí, en tu forma de pronunciar mi nombre cuando la casa se llena de nuestro eco. Hay perfume de tu piel en mis sábanas cuando te marchas, y yo quedo huérfano sin saber cuándo te volveré a ver. Me abrazas, me besas, me sonríes cómplice en tu despedida y cierro los párpados, la casa huele entonces a encuentro entre sueños. Mañana quizás sea lunes y nuestra historia, hermosa, volverá a escribirse por alguno de nuestros encuentros furtivos.

Quizás eras real

Me siento a escribir, como hago habitualmente, delante de mi ordenador. Normalmente tiro del hilo invisible del germen de la historia. Poco a poco algo surge y los personajes, acaso yo, toman vida y escapan a mi voluntad. También con frecuencia tomo prestados partes y gestos de personas que conozco, que deseo o que odio, y las presento ante mí. Que luego alguno de vosotros lee, viéndose reconocido, o no atreviéndose a hacerlo. Argumentos de mi vida o inventados, o con asiduidad mezcla lo uno de lo otro me arrastran y me ayudan a sacar fuera alegrías y lamentos, amores y desengaños.

Hoy me siento a escribir pero no salen las palabras como a mí me gustaría. Temo equivocarme de nuevo y esta vez sí dolería. No me atrevo a insinuar, a ir deprisa, pero temo también ser cobarde y volver a vivir aletargado. Hay un mar de nubes en el horizonte, que ofrecerán sombra, estoy convencido, en este sol de desierto que quiere quemar partes de guiones que escribo con ilusión. Siempre con ilusión, a pesar de las veces que he caído y he tenido que levantarme. Y cada vez cuesta más mantener el gesto, la sonrisa y ser buena compañía, pero con algo de mí que se niega a la derrota, lo hago.

No quiero vivir instalado en la queja. Soy esto y aquello, mi mundo a veces se derrumba, sí. Pero crece y florece de nuevo con cada golpe. Y quiero vivir soñando y seguir cuidando de mis personajes, mezclarme con ellos. Escribir azares que me acerquen definitivamente a mi compañera y no más distancias ni tristezas. Sé que hay precipitación en mi forma de hacerlo, que no planifico, que no premedito. Que muchas de mis historias mueren jóvenes por falta de paciencia. Pero no va ser este el caso. Quizás leas estos renglones en un tiempo y te parezcan ridículos, acaso excesivos. Pero debo hacerlo.

Hay ciudades que quisiera visitar, montañas y senderos que caminar, libros que leer. Historias que contar, amaneceres que compartir, desayunos, soles en la ventana. Lluvia serena en los cristales, el olor dulzón del césped recién cortado. Hay abrazos que estoy deseando dar, besos que ni me atrevo ahora a soñar, retos que superar. Hay vidas en mi vida que vivir a tu lado. Porque ya eres parte, de una forma u otra, de aquello que he escrito y que nadie ni nada permitirá que olvide. Seré dueño de mis errores, pero también de mis éxitos. Y acabo con dulzura, como si tocara una sonata en un piano bien afinado, tecleando una y otra vez tu nombre, solo por verlo escrito en la pantalla. Para poder rozarlo con mis dedos y poder decir que hace años que te evoco, pero solo ahora que te conozco, puedo decir que quizás eras real.

Imagen de Engin Akyurt en Pixabay

Por ahora…

solventana

Escondido tras los lengüetazos de sol en la ventana me acerco a esta otra parte de tu alma. Abro el libro por cualquier página y tu nombre aparece dulce y bien trazado. De nuevo guías mis azarosos renglones y me acaricias con tu forma de ver las cosas, siempre limpia, a veces susurrante.

Te buscaré una y otra vez entre nubes de tardanza, acostumbrada en tus sueños a hacer las cosas despacio, a tu modo. Ese modo que me impacienta y que me hace moverme en la cama mientras te imagino a mi lado en esas mañanas como de mármol.

Mientras tanto tu casa me sirve de refugio y, aunque podría, no quiero escaparme. Quiero ser atrapado una y otra vez en las redes de tu reloj y perder la consciencia arropado por tus sábanas. Quiero, pero no puedo, escalar montañas al amanecer y dejarme caer entre las nubes de una ilusión que muere cada tarde. Tú me acercarás a lo más alto y me ayudarás a subir peldaño a peldaño la escalera de lo inimaginable. Al menos para nuestros párpados, al menos por ahora.