Tengo inicios de historias esparcidos por toda la casa. Las escribo en el estado semionírico que me produce la lírica de los versos, llevado por oleadas surrealistas que me abordan normalmente de madrugada. Es en esas horas inciertas cuando mi bipolaridad ataca; ese duermevela que apenas rompe los sonidos pausados que vienen de la calle. Es mi autobiografía dibujada por trazos burdos e insomnes en los que se puede ver mi impaciencia y mi falta de estilo.
Es la misma canción en diferentes momentos la que hace callar las voces que habitan de manera ilegal mi mente. Como una especie de migrantes de otros planos que se instalan para contarme, todos a la vez, sus leyendas urbanas. Ocupas de parcelas abandonadas de mi cabeza que revientan las cerraduras de mi pensamiento lógico. A pesar de todo espero coincidir, aunque sea estrellándome, contigo:
Poder expresar los párrafos no escritos y que entiendas mis silencios a millares. Compartir contigo un libro diferente, que nos haga cómplices. Que comprendas que albergo cientos de incógnitas que jamás podré despejar sin tu ayuda. Aunque te tenga delante y pretenda atravesar el cristal tibio de las gafas empañadas. Aunque tal vez todavía no tengas nombre por el que pueda reclamarte en sueños.
Será al alba cuando me despierte con el aullido de tu perfume en mi cama y pueda decir que, al menos durante las noches, habitas mis rincones más secretos. Dejándome llevar por tu risa y tu pelo lacio. Por las veces que tendré que callar que anhelo tus besos, que me roces con tus pestañas, que atravieses las nubes de litio y perfores con tu sonrisa los momentos en que intuyo podré abrazarte sin pagar el peaje cruel de la cordura, de la nostalgia, de la mímica del amor. Resignado para siempre a no tenerte en mis momentos de euforia desfasada y a perderte cuando la riada de la nostalgia arrastre tu mirada hasta el borde mismo del mar turquesa que es tu olvido.
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