En mi ventana

Hay un grillo debajo de mi ventana desde hace unas noches. Que me cuenta cuentos para que me duerma. Aún flota el eco en la casa de la última vez que cerraste la puerta. Si miro por la cerradura aún puedo ver tu vestido corto de flores, el que siempre quise regalarte. Pero no fui yo. Hay un grifo que gotea horas en que miro mi teléfono en silencio y no hay rastro de tus saludos. Lleno la tarde de esto y de lo otro, de paréntesis que no me atrevo a cerrar, de gente que no tiene tu nombre de salitre, de meriendas parcas, de huesos en el corazón. Como un diente de león que se desmiembra pero que no derrama lágrimas. Hay un agujero en la pared por el que se escapa lo que siento, por el que podrías verme desnudo desde mi interior. Pero no te asomas. Es mi ventana, mi puerta, tu lejanía, tu sonrisa clavada en los bordes de mi cama. Eres tú y no lo eres al mismo tiempo. Pudiera escribir miles de libros con tan solo un hola. Pero tú, maldito este silencio, no te asomas.

Tu nombre salado

Acaricio tu nombre salado con la punta de mis dedos. Recuerdo tu cuerpo breve en ese abrazo eterno que nos damos cuando nos encontramos de nuevo o nos despedimos. Sin saber cuándo será el próximo, ni si será. Porque siempre me queda el temor de no volver a ver tu risa frente a mí, relajada y serena. Aún descubro en mis armarios pedazos de nuestras citas, de nuestras conversaciones que se alargan hasta hacer que llegues tarde a tu trabajo. En tu coche pequeño, rodeados por el sol tibio de mi calle, de nuestro mes de junio. Te digo que algo ha cambiado en mí, que las cosas me van bien, que quiero compartirlo contigo hoy. No quiero ser esta vez impaciente, no quiero estropear las páginas que intuyo me harás escribir. Te escondo entre mis líneas como mi personaje predilecto, sé que te reconocerás en ellas y me verás teclear alegre un saludo para ti en la distancia. Para ti, la que escribe cosas diferentes a las que aparecen en sus pantallas, la del nombre salado entre mis dedos.