De nuevo, El Arte…

Proviene de…(enlace)

Esparcidos por la casa los cuerpos de cuatro personas. Esparcidos por el aire el aroma de la muerte y los halos de rabia apagada. Inerte de pie a la entrada del salón Edward (ese es el nombre del artista) contempla absorto el espectáculo que le brindan los ecos de lo imborrable. Contempla con ojos de hijo a su madre muerta, con ojos de víctima los cuerpos de los Caballeros y, en éxtasis, contempla la escena con ojos de artista.
Encamina sus pasos a la habitación y allí coge una videocámara digital y un trípode. La coloca en el salón y ajusta el encuadre para que nada escape al ojo electrónico. La conecta al ordenador portátil que yace sobre la mesa y configura la emisión a una página web que transmite imágenes a tiempo real. El lienzo está preparado…

Negro y rojo sobrevuelan las estelas de los Caballeros implorando serenidad en posturas antinaturales que obligan a apartar la mirada. La sangre tiñe sus cuerpos y el suelo sobre el que parecen respirar en agonía imaginada por el espectador.
«Blanco, intenso blanco, pulcro e inmaculado, el sereno cuerpo de su Madre yace entre nubes de paz y ternura. Desnudo y limpio, puro, eterno…«
El artista aún no ha acabado la obra. Desnudo se dirige al lado de la luminosidad de la escena y besa las mejillas de Sophie (su madre). Poco a poco se coloca en posición fetal y coloca el índice de su mano derecha sobre el ombligo de ella.
Sus ojos, los únicos que permanecen aún abiertos en la obra, se van cerrando lentamente y sus párpados notan la pesadez de una vida que se escapa.
El fluído invisible que emana de algun sitio indefinido pero cuidadosamente elegido, lo va sumiendo en un sopor pesado y su respiración apenas es ya un halo de aire. Siente que se funde con el ser que le dio la vida. Su corazón late más lentamente. Con suavidad se aleja. El dolor desaparece. La obra está finalizada. Todo se detiene. Descansa. Muere…

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En millones de pantallas de todo el mundo millones de personas contemplan atónitos la sublime belleza y aberración de la obra. Apagan sus pantallas. Se quedan en silencio y la sangre vuelve a brotar dentro de sus corazones. Empieza el baile de correos electrónicos, mensajes, emisiones, publicaciones, movilizaciones, protestas, luchas… El mundo se rebela, un nuevo orden comienza de la mano de los valientes y el Arte vuelve a las manos de quien debe pertenecer. El Arte conmueve y emociona de nuevo. El Arte propone sueños y consigue imposibles. El Arte se eleva de nuevo. De nuevo, El Arte…

Sin ti…

Proviene de… (enlace)

El cuerpo humeante de la mujer permanecía inerte en medio de la estancia con los ojos abiertos en expresión de dulce sorpresa. En sus pupilas podía verse reflejado un rostro con un dragón chino tatuado, inmenso y estilizado.

– ¡Mierda! ¿dónde se ha metido? – las gafas oscuras casi podían dejar ver los centelleos furiosos del Caballero.
– Tiene que estar aún por aquí – el segundo Caballero permanecía de pie inspeccionando toda la casa con la mirada.
– Voy a la habitación -dijo el tercero de ellos y a grandes zancadas se encaminó hacia la puerta entreabierta de la estancia contigua.

Ohne dich – Rammstein

El artista lloraba lágrimas espesas y ahogadas. Podía escuchar las estruendosas voces de los Caballeros de Cydonia. Sin embargo, lo que le destrozaba por dentro era el estruendo del disparo en su memoria. Ese disparo que había sesgado la vida de aquella a la que llamaba madre, de aquella que le dió lo que él llamaba vida, de aquella que murió para darle quién sabe cuánto tiempo de vida.

«Sin ti mi paleta ha quedado plagada de colores oscuros. Sin ti mi mano vaga vacía en el aire intentando trazar tu rostro. Sin ti el suelo parece el mejor lugar para permanecer.
Sin ti los bocetos de mi vida se rasgan en pedazos que vuelan sin dirección. Sin ti permanezco inanimado en un gesto inacabado. Sin ti la escultura de mis días no vendrá jamás a indicarme mi camino.
Allí donde me dirija veré tus ojos. Allí buscaré tus abrazos protectores y tus palabras serenas. Allí donde mis lágrimas no cesen de brotar tus dedos no podrán surcar mis mejillas.
Sin ti, madre. Ohne dich, mutter…»

Continúa…(enlace)

La búsqueda…

Interior del vehículo. Los Caballeros de Cydonia se dirigen al distrito A47.

Headhunter v2.0 – Front 242

– No va armado, Spark – dijo ajustándose las gafas oscuras el que conducía.
– No sabemos a quién tiene detrás. Nadie sería tan estúpido de desafiar las leyes de distribución y consumo del arte sin tener las espaldas bien cubiertas.
– Olvidáis la posibilidad de que se trate de un asqueroso artista de esos que antes se dedicaban a prostituir el comercio de sus obras – comentó con desprecio el tercero de ellos, un hombre de edad indefinida con un dragón chino tatuado en la cara.
– ¿Qué sabemos de él? -preguntó Spark.
– Obtuvo la licencia hace escasos dos años y pronto se ganó una considerable cantidad de consumidores que compraban cualquier cosa que saliera de sus manos. Dicen que era capaz de transmitir tres dimensiones utilizando tan sólo un lienzo de dos, como los arcáicos. Hace dos meses se intervino una comunicación entre él y un pez gordo del tráfico de arte. Anoche se vieron, pero inesperadamente nuestro amigo se negó a vender una obra. Poco después se le pierde la pista y a las horas aparecen quemadas en un campo millones de créditos en pintura. Un verdadero estúpido – Sick miró por la ventana panorámica – hemos llegado.

El vehículo desciende y se dirigen a un edificio ultravanguardista con forma de gigantesca pagoda. En él vive la madre de quien ha armado tanto revuelo. Si se encuentra ahí habrá sido demasiado fácil para ellos. Sin embargo, Sick sigue albergando serias dudas.

Sigue…
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Los Caballeros de Cydonia…

Lejos del cobertizo donde aún ascendían sinuosas hacia el cielo las estelas de lienzo calcinado, tres hombres caminaban hacia el vehículo estacionado a las afueras de Cydonia.
Cydonia, megápolis del Gobierno Nacional Europeo, estaba situada en las ruinas de la antigua Roma y era la representación de la supremacía de la administración autárquica del Gobernador Occidental: Claudio Massimo Veroni.
Los asuntos oficiales eran elegántemente solucionados por las fuerzas oficiales de seguridad. Sin embargo, determinadas cuestiones no podían llevarse a cabo siguiendo la legalidad y entonces se convocaba a los tres hombres que caminaban con determinación y semblante impasible arropados por la noche.
Sus largos abrigos negros y sus gafas oscuras de visión nocturna ofrecían una visión impactante para todos aquellos que tenían la desgracia de cruzar sus caminos con los suyos. Se les conocía como los Caballeros de Cydonia.

Knights Of Cydonia (Ocelot Edit) – Muse

Se introdujeron en el vehículo sin mediar palabra y en la pantalla central apareció iluminado un plano de la megápolis y sus alrededores. Quien conducía, el más alto de ellos, con el pelo rubio platino y perfil cortado a cuchilla, pulsó un botón y el vehículo se elevó en silencio. Desapareció rumbo al sur dejando una leve estela de vapor de agua.
En alguna parte, algún artista con licencia iba a lamentar su osadía…

Sigue…
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Días extraños…

Se desconectó de la máquina virtual del trabajo y dejó el ordenador de su casa encendido mientras se preparaba un batido de frutas sintéticas. Después se duchó y tomó una cena calculada con precisión por el conservador de alimentos compuesta por todo aquello que necesitaba.
Bajó la intensidad de la luz al mínimo y sacó de la parte de atrás del armario un pequeño objeto. Era de un metal plateado que reflejaba la luz en su superficie y de apenas el tamaño de un dado de póker.
Con ritual lentitud lo situó sobre la mesa y se sentó en el sofá, frente a él. Lo miró y posó la huella de su índice derecho sobre la cara superior. El cubo se ilumino tenuemente con una luz anaranjada y empezó a sonar a medio volumen en sus oidos una canción.

05 Strange Days – The Doors

Cerró los ojos y se dejó llevar por los acordes de la canción. El órgano trazaba una señal de inicio siniestra mientras el bajo y la batería se unían de la mano acompañados de leves acordes de guitarra. Entonces la voz de Morrison amanecía hipnótica sobrevolándolo todo. La melodía iba transportando a nuestro protagonista en oleadas de días extraños.

Cuando el 1 de enero de 2.026 se creó la Comisión Mundial para el Desarrollo del Arte (CMDA) artistas y enamorados de sus obras se felicitaron de tan maravillosa idea concebida para el «enaltecimiento de las expresiones artísticas y con el apoyo desinteresado de los principales gobiernos del mundo» (cito textualmente el discurso de presentación oficial de la CMDA retransmitido por internet a todo el mundo y a cargo de Leonard Fillard, su flamante presidente).

Más tarde vendría la cruda realidad. El monopolio de toda forma de arte por parte de los gobiernos, la nacionalización de la distribución y promoción, la ilegalización de la transmisión de formas artísticas y la ascensión de los precios de las obras hasta límites inalcanzables para el noventa y cinco por ciento de la población mundial.

Mientras, nuestro protagonista oye finalizar la reproducción de su canción (su única canción). Financió su compra, puesto que su puesto de programador virtual no le permite pagar más de una canción. El reproductor M-Cube le permitirá disfrutar de su obra de arte otras 143 veces más y sólo (y tan sólo) a él, ya que está provisto de un sistema que permite que sólo el usuario asociado pueda escuchar la canción.

Este es el mundo del arte en el año 2.026…

Vayamos ahora a otra parte del mundo en ese mismo momento…

Continúa…

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Contigo…

– ¿Me quieres?
– Claro que te quiero -dijo ella dedicándole una de sus eternas sonrisas.
– ¿Por qué me quieres?
– Porque eres tú y es a tí a quien he elegido – y se rió.
– ¿De qué te ríes? – a él le parecía encantador que ella riera en todas las ocasiones.
– No sé, ¿hay que tener un motivo para reír?
– No, no hay que tenerlo cariño – la lógica de ella era siempre aplastante, de niña que responde.
– Ahora eres tú el que sonríe.
– Claro, porque te tengo aquí delante de mí y si alargo mi mano puedo acariciarte.
– Hazlo – dijo aquello con la cara traviesa de esas ocasiones.
Entonces él acarició su cara suavemente, sin prisas, apenas rozándola con la yema de sus dedos.
– Y tú – pregunto ella con los párpados entornados – ¿por qué me quieres a mí?
– Te quiero porque al despertar haces que mire al otro lado de la cama y porque al ver el sol por primera vez cada día es tu calor el que noto sobre mi piel y porque cada noche eres la luna que llena para mí un vaso de leche con su luz para meterte en mis sueños.
– ¿Todo eso hago? – ella volvió a reír con ganas.
– Todo eso y reír. Llenar mi vida de sonrisas. ¿acaso te parece poco?
– No, me parece mucho – más risas – ¿me acaricias?

La caja de cerillas…

Quizás debería estar todavía tumbado en la cama posando sus ojos en el leve atisbo de claridad que asoma ya por la ventana. Puede que debiera estar en cualquier otra parte y no allí solo esperando a que alguien viniera a levantarlo con un gesto de dulzura. Es posible que, pero no lo es, debiera sentirse pleno en la soledad de su casa, arropado por el color naranja de las paredes de su caja de cartón.
Sin embargo encuentra el consuelo muy lejos de este lugar y de este tiempo. En lugares tan lejanos y en tiempos tan remotos que todo parece confluir en esa extraña plenitud de soledad que lo envuelve todo con su suave pincelada de poesía.
Finalmente se levanta y se sienta al borde de la cama. Un día con magnitud de época le espera por delante en el lento devorar de manecillas en aburrida y cansina procesión. Se levanta por fin y desganado desayuna acompañado del primer cigarrillo del día.
Cuando termina juega distraído con la pequeña mascota que llena de miradas inteligentes y sonidos de presencia los ecos de sus pisadas. La acaricia y nota la calidez de su cuerpo menudo y su suave pelo mientras ella se queda profundamente quieta, arropada en la seguridad de aquel que pasea por los alrededores.

Un pensamiento fugaz lo lleva hasta su armario y lo abre. En la estantería superior, entre el acoso de objetos de un pasado reciente se encuentra la vieja caja de zapatos. Con sumo cuidado la coge y se sienta en la cama con ella en su regazo.
La caja debe tener unos veinte años, pero los recuerdos que encierra tienen muchos, muchos más. Tiene forma de caja de cerillas enorme, grotesca, y él desliza con sumo cuidado la parte que contiene algunos retales de su vida.
Lo primero que asoma entre multitud de objetos es la voz de su madre. Siempre cercana y cálida le promete millones de cosas, le acerca a su regazo, duerme con él en noches de insomnio y miedo. Cierra los ojos y trata de aspirar el aroma de sus palabras pronunciadas en la almohada, de notar su respiración pausada que, al fin, le permiten conciliar el sueño.
Escondida en un rincón se encuentran unas risas. Tras sus párpados se dibujan las paredes de la clase de su primer colegio. Allí un amigo que aún conserva juega con él a un juego absurdo pero que les hace a los dos ser plenamente felices. Abre los ojos y comprueba con profunda tristeza cuánto tiempo hace que no se siente plenamente feliz.
Un poco más al fondo está su primer Te quiero. Pronunciado desde la inocencia o quizás desde la más absoluta sinceridad lo oye de labios de aquella chica que tanta melancolía le trajo poco tiempo después. Aún resuena con la misma fuerza de entonces en sus oídos maltrechos por frases de agotadora realidad que se encargan de mantener sus pies convenientemente hundidos bajo el suelo.
Destaca sobre los demás objetos una mirada. La mirada de admiración de un niño cogido en brazos a las puertas de su futuro. La mirada entregada al susurro de unas palabras de amor que acompañan a unos labios que hablan sin pronunciar palabra.
Y entre los huecos, momentos, instantes, segundos de angustia, minutos eternos, días de felicidad, meses de espera, años buenos y años malos. Entre los huecos, su vida.
Cierra la caja y vuelve a ponerla en su sitio dentro del armario. Cierra las puertas y se queda un instante mirando al vacío que oprime su pecho con las manos de lo vivido. Se dirige al salón y escribe. Y sueña, y echa de menos.