Ventanas siamesas

Por los ojos entreabiertos, o algo entornados, de las fachadas, las siluetas indiscretas de solitarios y familias se colaban en la calle. Y volcaban sobre las aceras historias inciertas de gente que espera, de mujeres con los ojos hinchados de llorar, de hombres elegantes que leen hasta que los libros se les rinden sobre el pecho. Casas que desvelaban secretos a esa hora de la mañana y que coqueteaban con mi curiosidad insana tras la persiana que esconde mis noches de insomnio. Mi mirada solía detenerse demasiado en el tercer piso a la izquierda, donde colgaban indiscretas prendas que decían cosas de los hábitos de Laura. Aún no estaba levantada o aún no se había aproximado a ese cristal que me hacía poseerla de algún modo enfermizo. Nos conocíamos desde pequeños, pero mi sordera nos había alejado desde entonces (Laura no tenía paciencia para las relaciones y yo me suelo cobijar en mi silencio). Pero ella no apareció aquella mañana, ni las luces de su casa se encendieron la noche que vino después (ni ninguna más). A primera hora de la madrugada contemplé las silenciosas sirenas y luces de la ambulancia que se la llevó de nuestra calle. Alguien me apartó con dulzura de la ventana y me acercó una pastilla para que pudiera dormir. El resto de la noche, entre sueños espesos, oí por primera vez la voz de Laura y nos pedimos perdón, y nos besamos, y al fin nuestras vidas parpadearon más allá de nuestras ventanas siamesas.

Canción para un marzo que se va

A todos los paraguas que perdí. A esas notas que dejabas en los bolsillos de mis abrigos en los que siempre había dos palabras tuyas. Yo tengo un gato que llora y que me abraza, que me habla, que me escucha. Por esos labios que rimaron con mis labios y que fueron poesía en aquella playa. De tantos soles como yemas, de esas lunas tímidas que se ocultaban detrás de nuestros miedos. Y todas aquellas veces en que los gestos de mi madre me hicieron sentir aún entre mantas. A todos los desconocidos con los que intercambié un saludo, una pregunta, una sonrisa. Por el tiempo que pasé en largas colas, atendiendo una explicación, esperando que me hablaras. No vi luciérnagas ni rayos, pero escuché un niño que reía. A los momentos de decepción y los días de ternura. A marzo, que te vas despacio, marzo mío, yo te canto.

Un camino de vértebras

Un par de palabras rodaron como canicas por el suelo de parqué del comedor. Susurradas, tibias, rimadas. Ocho letras suaves que dejaron un eco de páginas en las paredes naranjas. Y cuatro pupilas se toparon y se dijeron varios parpadeos lentos, como caricias invisibles. Los dedos de ambos hablaron un idioma que tan solo la piel conoce, que se encuentra con otra piel que traduce sus puntos suspensivos. El temblor en los labios, tenue, se convirtió en beso y entonces llegó la oscuridad. ¿Eres tú? Estoy a tu lado. Por primera vez no tuvo miedo y cayó, cayó, cayó. Cristal empañado, tela y versos en su espalda. Un camino infinito de vértebras. Es a ti a quien busco. Tan solo cerraron los ojos, tan solo se encontraron.

Luna, luna

La luna se escondió y de nosotros tan sólo quedó una única sombra sobre la arena. Sentí ganas de subir por los tejados a tu lado y hacer de tus ojos entornados dos rayos de noche que iluminaran mis páginas. Nuestros besos fueron perdiendo poco a poco su timidez y yo quise escribir algo que tintara de eternidad tus labios y los míos. Luna, ¿por qué no llegas al mar esta noche? Algo se detuvo en nuestras muñecas con forma de paréntesis que abría nuestra historia. Luna, luna, ¿dónde quedó tu plata y espejo? Y me dices que huya de ti, que me haces daño. Pero cierras los ojos y te sorprendo sonriendo, soñando un mundo de cuentos infantiles. El horizonte se ilumina y, sobre nuestro mar, se reflejan los relámpagos de una noche derramada sobre el agua. Luna, has jugado con nuestros corazones, has pintado sus pestañas de salitre y serás un eco en el cielo hasta el día en que amanezcamos Magia y Poesía, con dulzura, el uno junto al otro. Por tu culpa, luna.