Ciudad sin niños

Se me agolpan las palabras en la boca y busco unas líneas que me ayuden a no torcerme al escribirte. Me esquivas, te haces dulce en tu huida, tu piel quizás me espera. Te recorro tratando de comprenderte y tú me hablas de otras cosas, no puedo dejar de escucharte. Parpadeo y desapareces por un instante y derramo mi mirada, que no encuentra la tuya, te busco en mis noches, trato de olvidarte al despertar y quisiera saber si desayunas despacio o si yo también tomaré mi café con tus silencios. Pero al final de mi brazo tan solo está mi mano y al final de esta mis dedos que, como tentáculos, trazan tu nombre en mi mar. Quisiera ahogarme en esta ciudad sin niños, sin ilusiones, tan desgastada; entonces aparece tu voz y te recuerdo y digiero tus ausencias, aunque tú no lees mis versos que son como esquelas, porque no te he tenido y te he perdido ya cien veces. La poesía se vuelve contra mí, ya siento su mordisco, sangro rimas que tú ignoras. Mientras tanto mis palabras flotan en tu cielo, dibujo tu nombre con tinta alegre, ya escucho sus juegos a lo lejos.

Cosas que decir sin un paraguas

Cómo reconocer que no puede despegar su mirada de lo que ella está diciendo y que fuera diluvia. La gente se refugia en el restaurante y, con la excusa de no empaparse, se conoce un poco más. Y ellos no llevan paraguas, él piensa que ella tiene razón y que no hay nada mejor que compartir la lluvia a su lado. Un chico joven que anda barriendo se acerca hasta su mesa, no queda nadie en el local, y a ellos les ha sorprendido el reloj compartiendo vidas. Escribiré sobre esto, le dice, y ella sonríe a su modo, con los ojos entornados. Luego caminan juntos bordeando un río que apenas lleva agua, cruzando puentes y aceras, metiendo los pies en algún charco medio escondido, riendo. Pertrechados con dos bolsas de plástico que apenas cubren sus cabezas ella está favorecida. Esperan en una parada de autobús detenida en la noche, nadie acabará pasando a recogerle. Se ahoga en su propio silencio, quisiera que la noche le ayudara a decir lo que siente, eso que se despierta cada vez que la oye hablar de cosas que lo dejan sin aliento. Pero hoy otra vez se alejan, en el aire una promesa de un nuevo encuentro. Y camino de casa él ya está ensayando confidencias, excusas para volver a verla y al llegar, paciente y seco, un paraguas negro que le observa.

Besos de marzo

Se detiene confundido bajo una ventana de la que parece descolgarse la silueta de ella. Siempre llueve en su calle y él, como una nube despistada, esparce sus versos mojados sobre un suelo que ya no le devuelve aquellos gestos cariñosos. Pero se empeña en caminar arriba y abajo aquella acera y se para en su portal, no se atreve a tocar su timbre, por no tener que enfrentarse de nuevo al silencio áspero. Unos vecinos ven su mirada perdida y le tienen lástima, otros le echan unas monedas. Él sabe de memoria algunas canciones y las entona como puede hasta quedarse ronco pero ella ya no asoma, quizás frecuenta otros lugares. Hoy la lluvia lo ha sorprendido sin paraguas y anda calado echándola de menos. Unos gatos, a cubierto, lo observan con simpatía y dentro de poco él se cansará de cantar y desaparecerá bajo un cielo de espejo donde ya no se reflejarán todos los besos de marzo.

A mis fantasmas

2:07 am (en algún lugar de mi casa)

Vosotros, que sois de ese tipo de criaturas que devuelven los regalos, deshaciendo las costuras, cuando las cosas se tuercen. Dadme todas las palabras que de mí salieron, que rodaron hasta vuestros pies orgullosos, que os hicieron fantasmas sin que lo hubierais pretendido. Fuisteis sueño en noches de insomnio bipolar, en las que el alba me sorprendió esperando algo, medio dormido y medio despierto, al lado de vuestro gesto vacío. Decidles a todos que los ojos de los niños que fuisteis murieron para siempre en aquel parque, que vuestras pupilas se quedaron mirando hacia el banco que yo ocupaba, sin mirarme. Decidles que aquellos besos lacios como flores marchitas ya no me persiguen, que no es a vosotros a quienes busco. Vosotros, que fingís estar desorientados y acudís a la luz como hacen las polillas, aquí tenéis mi espalda y hasta mi sonrisa algo confundida. Ya sentís mi voz lejana, un eco amable y esta noche, cuando cerréis satisfechos los párpados, podréis sentiros unos párrafos más solos, al cobijo de nuestro silencio cómplice.