Versos desde la ventana

Pasa el día pendiente de una ventana diminuta que da a un patio repleto de gente. Espera verla pasar y apresar uno sólo de sus saludos, espera que sus ojos – que intuye son celestes- miren hacia él, que le regalen el inicio de unos versos de Bécquer. Es ella la que se ha posado en su vida para transformar los contornos que antes tan sólo aparecían en blanco y negro, y él resbala por la barandilla de las emociones que creía olvidadas, la sueña, pero acaba despertando. No se atreve a alargar su mano y acariciarla por miedo a que se desvanezca entre sus dedos, efímera desde que apareció en su vida, hace ya de aquello un siglo. Desea con todas sus fuerzas que la silueta de ella se adentre entre las sombras de su noche, eterna, del color de la luna. Apenas sus vidas se han rozado y ya intuye que ha llegado para quedarse, inmortal, al lado de los renglones de su cuaderno. Quisiera compartir con ella esos sueños que huelen a madera y a campo, verla pasear con sus cabellos dorados por la linde de cualquier camino, sonriente. Pero debe aprender a comprender los silencios que habitan este lado del espejo, aquellos en los que su reflejo está aún huérfano de su presencia, quién sabe si para siempre. Debe comprender que es diez, cien veces más hermoso abrir la mano y dejar que el globo vuele libre y admirarlo mecido por el viento que convertirlo en un bello prisionero. Mientras tanto se asoma a su ventana. De nuevo. Silencio.

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