La caja de cerillas…

Quizás debería estar todavía tumbado en la cama posando sus ojos en el leve atisbo de claridad que asoma ya por la ventana. Puede que debiera estar en cualquier otra parte y no allí solo esperando a que alguien viniera a levantarlo con un gesto de dulzura. Es posible que, pero no lo es, debiera sentirse pleno en la soledad de su casa, arropado por el color naranja de las paredes de su caja de cartón.
Sin embargo encuentra el consuelo muy lejos de este lugar y de este tiempo. En lugares tan lejanos y en tiempos tan remotos que todo parece confluir en esa extraña plenitud de soledad que lo envuelve todo con su suave pincelada de poesía.
Finalmente se levanta y se sienta al borde de la cama. Un día con magnitud de época le espera por delante en el lento devorar de manecillas en aburrida y cansina procesión. Se levanta por fin y desganado desayuna acompañado del primer cigarrillo del día.
Cuando termina juega distraído con la pequeña mascota que llena de miradas inteligentes y sonidos de presencia los ecos de sus pisadas. La acaricia y nota la calidez de su cuerpo menudo y su suave pelo mientras ella se queda profundamente quieta, arropada en la seguridad de aquel que pasea por los alrededores.

Un pensamiento fugaz lo lleva hasta su armario y lo abre. En la estantería superior, entre el acoso de objetos de un pasado reciente se encuentra la vieja caja de zapatos. Con sumo cuidado la coge y se sienta en la cama con ella en su regazo.
La caja debe tener unos veinte años, pero los recuerdos que encierra tienen muchos, muchos más. Tiene forma de caja de cerillas enorme, grotesca, y él desliza con sumo cuidado la parte que contiene algunos retales de su vida.
Lo primero que asoma entre multitud de objetos es la voz de su madre. Siempre cercana y cálida le promete millones de cosas, le acerca a su regazo, duerme con él en noches de insomnio y miedo. Cierra los ojos y trata de aspirar el aroma de sus palabras pronunciadas en la almohada, de notar su respiración pausada que, al fin, le permiten conciliar el sueño.
Escondida en un rincón se encuentran unas risas. Tras sus párpados se dibujan las paredes de la clase de su primer colegio. Allí un amigo que aún conserva juega con él a un juego absurdo pero que les hace a los dos ser plenamente felices. Abre los ojos y comprueba con profunda tristeza cuánto tiempo hace que no se siente plenamente feliz.
Un poco más al fondo está su primer Te quiero. Pronunciado desde la inocencia o quizás desde la más absoluta sinceridad lo oye de labios de aquella chica que tanta melancolía le trajo poco tiempo después. Aún resuena con la misma fuerza de entonces en sus oídos maltrechos por frases de agotadora realidad que se encargan de mantener sus pies convenientemente hundidos bajo el suelo.
Destaca sobre los demás objetos una mirada. La mirada de admiración de un niño cogido en brazos a las puertas de su futuro. La mirada entregada al susurro de unas palabras de amor que acompañan a unos labios que hablan sin pronunciar palabra.
Y entre los huecos, momentos, instantes, segundos de angustia, minutos eternos, días de felicidad, meses de espera, años buenos y años malos. Entre los huecos, su vida.
Cierra la caja y vuelve a ponerla en su sitio dentro del armario. Cierra las puertas y se queda un instante mirando al vacío que oprime su pecho con las manos de lo vivido. Se dirige al salón y escribe. Y sueña, y echa de menos.

Un comentario en “La caja de cerillas…

  1. Van, venía a desearte feliz año, pero tu relato me ha sobrecogido. Es brutal, muy muy bueno!!! Sabía que escribías bien pero con este relato te has superado más aún a ti mismo!!! :-O Ojalá tuviera una caja así y pudiera abrirla y escuchar la voz de mi iaia. Sería tan hermoso. UN BESO ENORME, SOL!!! Y QUE EL 2009 SEA ESTUPENDO PARA TI!!! ;o)

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